Las pensiones por consumo y el lenguaje del ahorro.

Consumir es una de las actividades inherentes al ser humano y a lo largo de toda su vida. Constatamos la premisa que consumir es necesario e imprescindible. Consumimos no solo alimentos, ropas y todo tipo de bienes y servicios que es necesario pagar; consumimos además aire, agua, luz solar y cualquier recurso que se nos pueda ocurrir. Consumimos desde que nacemos. Y suele ser pasada ya la juventud, cuando llegamos a considerar la conveniencia de ahorrar, de preservar una parte de nuestros ingresos de cara al futuro siempre incierto.

Realicemos en este momento, el ejercicio de olvidarnos del concepto más convencional del ahorro financiero, es decir, “aquel acto premeditado que separa de forma segura una parte de la renta disponible para llevarla a un producto de ahorro regulado y gestionado por una entidad financiera”.
Vamos a reflexionar sobre el ahorro desde el punto de vista que todos somos consumidores, y que el ahorro va a ser consecuencia de nuestra actividad consumidora. De la cantidad y frecuencia de las compras realizadas, los servicios contratados, gastos extraordinarios… y de lo que queda tras todos estos procesos: nada. Porque es así: el ahorro en la mayor parte de la población, está más que condicionado directamente por el consumo realizado, posiblemente es tan importante como el salario que percibimos, si es que percibimos salario. Solo aproximadamente 1/3 de la población trabaja, mientras que la totalidad de la población consume. Esta relación causa-efecto tan evidente en el consumo-ahorro hoy es posible atraparla, medirla y custodiarla gracias a la tecnología.

Para encontrar aquello que guste y sorprenda más al consumidor, se tienen en cuenta los “factores de la decisión de compra”. Muchos son los factores que influyen en cada una de las decisiones de compra del consumidor, pero el factor precio suele ser el decisivo por delante de la calidad, la marca, la forma de pago o los servicios añadidos. Por ello en el campo de la distribución comercial se han utilizado mil tácticas y mensajes para convencer a los clientes de que están ante el “mejor precio”, el “mayor descuento”, unas ventajosas “facilidades de pago” o incluso apelando directamente al “ahorro” que se conseguirá por comprar justo en ese establecimiento y no en otro.

Somos destinatarios y sufridores a diario millones de promociones que a través de mensajes cortos y directos nos intentan persuadir de lo mucho que vamos a ahorrar al consumir cualquier cosa, siendo este un concepto muy manido y descontrolado en el que se desenvuelven como pez en el agua los vendedores, marcas y establecimientos.

En rigor deberían ser palabras distintas las que designasen el ahorro financiero medido y certificado de un producto de ahorro frente al uso de las palabras “ahorro” o “ahorre” como epíteto y atributo de un acto de compra o consumo determinado, ya que como todos vemos, por comprar “más barato” no estamos realizando propiamente un “ahorro financiero” al no existir en la práctica la posibilidad de tomar ese importe no gastado, para separarlo del circuito del consumo, protegerlo y destinarla objetivamente a una cuenta o producto financiero preservado legalmente y con compromiso incluso de rentabilidad a lo largo del tiempo.
Pero sin profundizar en el rigor del lenguaje del ahorro, ni tampoco en la consideración de la calidad de ahorro que nos ofrecen los comercios, webs y marcas con sus promociones, lo que sí es cierto es que estamos mucho más acostumbrados a gestionar diariamente y mentalmente el ahorro dentro del ámbito de las compras y el consumo, a diferencia de lo que sucede en el ámbito del “ahorro financiero” que conlleva unos procesos de análisis, reflexión, decisión de compromiso, firma… que por su complejidad, porque son poco apetecibles -ya que conllevan cierta renuncia al disfrute presente-, porque incluso en ocasiones conllevan desconfianza, recelo… pueden acabar en el abandono de la decisión de ahorrar en cualquier momento del escabroso proceso mental de decisión y contratación que conlleva un producto de ahorro. A este largo y complejo proceso mental respecto al ahorro financiero, se une una opinión negativa entre los consumidores hacia las entidades financieras, que abordaremos en un próximo artículo.

José Luis Orós CEO de Pensumo